Dejé de buscar la victoria: lo que realmente importa no es el premio, sino el sentido de control. En mi estudio indie de Brooklyn, diseñamos juegos que activan necesidades psicológicas profundas, no azar.

No jugamos por ganar, sino por el ritmo silencioso y las recompensas micro que activan la dopamina. Es arquitectura conductual, no azar: cada giro es un ritual que nos hace sentir vivos.

Dejé de buscar la suerte y descubrí que el verdadero premio no es el oro, sino la sensación de estar vivo. Tras horas jugando, vi cómo el ritmo entre giros activa una arquitectura emocional más poderosa que cualquier recompensa.